Una de las citas más esperadas del festival cántabro es la de la formación británica junto al singular Sir Simon Rattle que, el día 14 de agosto, interpretarán la sinfonía nº9, de Mahler y el 15 de agosto, obras de Dvorák, Janáček y Ravel
Los conciertos tendrán lugar en la Sala Argenta del Palacio de Festivales de Cantabria y forman parte de la gira europea de la orquesta inglesa.
El 14 de agosto asumirán la sinfonía nº9, de Mahler. Según las notas al programa escritas por Xábier Armendáriz para el festival, Hasta 1824, el número nueve no significaba nada especial para los autores de sinfonías. La sinfonía era un género público de consumo inmediato y los compositores las producían masivamente, pues no se esperaba que estas obras se escucharan posteriormente con regularidad. Desde entonces, varios compositores del siglo XIX que dominaron la escritura sinfónica compusieron nueve obras en el género pero ningún autor importante superó el fatídico número de nueve sinfonías numeradas.
El compositor bohemio Gustav Mahler (1860-1911) no quería formar parte de esa maldición. Había compuesto hasta entonces ocho sinfonías, de las cuales la Octava todavía no se había estrenado. Su siguiente composición, La canción de la tierra, escrita en 1908, fue publicada como “Lied-Symphonie” (sinfonía-canción), seguramente por las peculiaridades de la obra, a medio camino entre un gigantesco ciclo de canciones y una sinfonía lírica. Tras La canción de la tierra, Mahler escribió la sinfonía que él reconoció como su Novena en 1909. Un ritmo irregular (según algunos reflejo del ritmo cardíaco de Mahler) inicia un primer movimiento de cargados contrastes, protagonizado por una melodía de gran lirismo presentada nada más empezar, que cuando intenta expandirse hacia un clímax expresivo se interrumpe por violentas irrupciones de los metales marcadas por el ritmo inicial. El segundo movimiento se basa en tres motivos: un humorístico Ländler o danza popular austríaca en metro ternario precedente del vals, un vals que irrumpe violentamente de carácter más sarcástico y un segundo Ländler, más lírico que el primero y basado en la célula originadora del primer movimiento; todo se complica en una conclusión a la vez animada y mordaz. Parecido carácter posee el Rondó-Burleske, enfatizado por la poderosa entrada inicial de la trompeta; una breve sección central señala el único episodio lírico, pero todo se rompe en un final precipitado y desgarrado. El Finale se inicia con una amplia y melancólica melodía presentada por las cuerdas, de trascendido lirismo. Después de momentos de tensión marcados por motivos de movimientos anteriores, el final se disuelve en la nada, elevándose hacia el cielo.
Mahler tampoco rompió la maldición del nueve, pues no completó su décima sinfonía numerada. Esta Novena Sinfonía fue estrenada en 1912, más de un año después de la muerte del autor, por Bruno Walter y la Filarmónica de Viena. Así se presentó este testamento mahleriano, a la vez canto del cisne de la música del siglo XIX y puerta abierta al futuro.
El 15 de agosto será el turno de Dvorák (Danzas eslavas Op. 72) y Ravel (Ma mére l’oye suite) y Janáček(Sinfonietta). Para Daniel Martínez Babiloni en las notas al programa, “Antonín Dvořák (1841-1904) y Leoš Janáček (1854-1928) son dos compositores atrapados en lo que se conoce como “nacionalismos”: ideología para calificar la música compuesta al calor de las revoluciones burguesas en la periferia europea con importante poso del folclore como seña identitaria de una nación en ciernes. Simrock publicó los Duetos moravos de Dvořák, cuya acogida favoreció el encargo de las Danzas eslavas, op. 46 para piano a cuatro manos, inmediatamente orquestadas por la misma pluma. Pronto se interpretaron en las principales capitales europeas y en Nueva York, por lo que posibilitaron la creación de las Rapsodias eslavas, op. 45 (1878) y otra serie de ocho Danzas eslavas, op. 72 (1886). Su modelo fueron las Danzas húngaras de Brahms. Dvořák recrea la esencia folclórica en melodías de nuevo cuño y mantiene la base rítmica popular, un aspecto exótico que facilitó, según el musicólogo Richard Taruskin, que un compositor provinciano ingresara en los estrechos círculos musicales germánicos.
Por el contrario, Leoš Janáček, también de origen humilde pero de ideológica pan-eslavista, se opuso a la dominación austríaca, contrapuesta a su simpatía por la Rusia de Taras Bulba. Así, el orgullo patrio es uno de los ejes de su obra, acrecentado con la constitución de Checoslovaquia como nación en 1918. El otro, el impulso erótico. El compositor parte de las inflexiones melódicas del lenguaje moravo y de la diversidad rítmica del folclore. La Sinfonietta es música ceremonial escrita para unos campeonatos deportivos convocados en Brno en 1926. Sus cinco movimientos celebran ese espíritu nacional a la vez que rememoran el pasado del compositor, conocido internacionalmente a partir de su 60 cumpleaños. Fue estrenada el 26 de junio de ese año por el director Václav Talich, profesor a su vez de Charles Mackerras, quien rescató las óperas del moravo en los años 50. En la actualidad, Haruki Murakami la ha popularizado al incluirla como tema recurrente en su novela 1Q84 para reflexionar sobre el auge de los fascismos inmediato a su estreno.
De Maurice Ravel (1875-1937) se ha dicho que fue original, sofisticado, sensible, refinado y, sobre todo, independiente. Alumno de Gabriel Fauré, fracasó en sus aspiraciones al Premio de Roma hasta en cuatro ocasiones. La última, en 1905, con escándalo incluido debido a intereses de las corrientes conservadoras. El hecho supuso el cese de Théodore Dubois como director del Conservatorio de París. Le sucedió Fauré, más tolerante y renovador. Junto a Ricardo Viñes acometió numerosas lecturas y estudios sobre un variado repertorio que solían interpretar a dúo. Entre estos autores estaba Robert Schumann, a cuyas Kinderszenen remite Ma mère l’oye en su versión para piano a cuatro manos.
Como Dvořák, Ravel fue un hábil orquestador de su propia producción por lo que es natural que aceptara el encargo para convertir la suite primigenia en un ballet. Añadió el “Preludio” y la “Escena de la rueca”, unificó los movimientos mediante interludios y alteró su orden. Mantuvo como íncipit de algunas partes extractos de cuentos populares que sirven de argumento. Fue estrenado el 29 de enero de 1912 en el Théâtre des Arts de París. A diferencia del retrato idealizado de la infancia que hace Schumann, el galo refuerza la intensidad narrativa del texto y prepara al oyente para una escucha atenta, tras la cual llegará la consecuente moraleja con la que concluyen todos los cuentos.
London Symphony Orchestra
La LSO fue fundada en 1904 por un grupo de los mejores músicos de Londres. A día de hoy, la orquesta mantiene una de sus características fundamentales: sigue siendo propiedad de sus miembros, que eligen voluntariamente a sus directores. Su peculiar sonido emana del chelo y el virtuosismo de los 95 brillantes músicos internacionales que la componen actualmente.
Es orquesta residente en el Barbican Centre, situado en la City de Londres, donde ofrece una media de 70 conciertos sinfónicos al año, y lleva a cabo otros tantos gracias a las giras que emprende por diferentes países de los cinco continentes. Este conjunto trabaja con una familia de artistas que incluye a grandes directores como Sir Simon Rattle, director electo, Gianandrea Noseda y Daniel Harding, como principales directores invitados; Michael Tilson Thomas, como Director Laureado; y André Previn, como Emérito.
Sir Simon Rattle
Sir Simon Rattle, nacido en Liverpool en 1955, asumió el puesto de director titular de la Filarmónica de Berlín y director artístico de la Filarmónica de Berlín en septiembre de 2002. Después de estudiar en la Royal Academy of Music en Londres, asumió diversos compromisos en Inglaterra y Estados Unidos, donde fue director invitado principal de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. En 1980, Simon Rattle fue nombrado director principal y asesor artístico de la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Birmingham (CBSO). Se convirtió en el director musical de la orquesta en 1990 y permaneció con el conjunto hasta 1998. Desde septiembre de 2017 es el director musical de la Orquesta Sinfónica de Londres.
Además de la CBSO, Simon Rattle continuó dirigiendo orquestas líderes en los EE. UU. y Europa, disfrutando de colaboraciones a largo plazo con conjuntos como la Boston Symphony Orchestra, la Philadelphia Orchestra y la Vienna Philharmonic.
Desde su debut operístico en el Festival de Glyndebourne de 1977, Simon Rattle ha seguido dirigiendo ópera regularmente. Ha trabajado en teatros de ópera en París, Amsterdam y Londres, y en enero de 2005 fue invitado al Wiener Staatsoper por primera vez, donde dirigió el Parsifal de Richard Wagner. En abril de 2008 hizo su debut en la Staatsoper de Berlín, dirigiendo Pelléas et Mélisande de Claude Debussy en un resurgimiento de la producción de Ruth Berghaus. En diciembre de 2010 debutó en el Metropolitan Opera de Nueva York con Pelléas et Mélisande.
Simon Rattle ha dirigido la Filarmónica de Berlín en producciones escenificadas de Fidelio de Ludwig van Beethoven, Così fan tutte de Wolfgang Amadeus Mozart, Peter Grimes de Benjamin Britten y Pelléas et Mélisande de Claude Debussy, Carmen Carmen de George Bizet y Salome, así como una presentación de Mozart Idomeneo en el Festival de Pascua de Salzburgo. Der Ring des Nibelungen de Richard Wagner se presentó en Salzburgo en una coproducción con el Festival Aix-en-Provence, comenzando con Das Rheingold en 2007, seguido por Die Walküre en 2008 y Siegfried en 2009, con Götterdämmerung completando el ciclo en 2010.
Antes de ser nombrado director de orquesta, Simon Rattle ya había colaborado con la Filarmónica de Berlín durante un período de 15 años. Su debut en la dirección con el conjunto tuvo lugar el 14 de noviembre de 1987 con la actuación de la Sinfonía n.º 6 de Gustav Mahler.