LOS MÚSICOS DE AVIACIÓN ABREN EL CICLO «FRANCISCO AGUADO» DE GETAFE

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   Antonio Santodomingo Molina                                                  Tiempo estimado de lectura, 7 minutos

Hospitalillo de San José, Getafe, 6/06/2022. Unidad de Música del Acuartelamiento Aéreo de Getafe. Director, teniente coronel Ramón Benito Pérez. Obras de Cebrián, Palau, Bizet, Javaloyes, Luna, Chueca, Willson, Oudrid y Alonso.

De «lúdico, familiar y militar» calificó el director de la Banda de Aviación de Getafe, teniente coronel Ramón Benito, el concierto celebrado el pasado 6 de junio en el Centro de Servicios Sociales «Hospitalillo de San José» de la ciudad que presume de ser «Cuna de la Aviación Española». El concierto supuso el arranque del XXV Encuentro de Bandas de Música «Maestro Francisco Aguado» que se desarrolló entre los días 6, 11 y 12 de junio, coincidiendo con las fiestas locales.

La agrupación se presentó con un sonido elegante y majestuoso, interpretando el pasodoble de concierto Evocación, que ayudó a acreditar estos dos adjetivos. Su autor, el toledano Emilio Cebrián, lo dedicó en su día a España queriendo rememorar «la evocación de sus leyendas tristes y misteriosas, entre el hilo triunfal de las Espadas». Ramón Benito eligió un tempo sin excesos, con control del sosiego y de la ligereza. Con esto consiguió una fluidez que unida a los compactos matices en fuertes y a la clarísima articulación de las frases, demostraron desde el principio la calidad del conjunto. Inmejorable presentación que fue rematada por los profesores de la percusión con un manejo discreto y refinado de sus instrumentos. 

El valenciano Manuel Palau compuso las impresiones sinfónicas Coplas de mi tierra, inspirándose en la lírica popular que tantas veces utilizó como fuente en sus obras. La banda exhibió una buena adaptación a las exigencias de la partitura. De un ambiente misterioso en la introducción, en el que el dúo de Vicente Cuquerella (fliscorno) y Andreu Morell (bombardino) se integraron con sigilo; a un enérgico de la tercera sección que los metales agudos iniciaron con algo de rudeza, pasando por un delicado adagietto central en el que Cuquerella y Justo Díaz (saxo tenor, que en esta transcripción sustituyó al corno inglés) construyeron sus frases con gran delicadeza y compenetración. Ramón Benito manejó con inteligencia los rubatos, importantísimo elemento que Manuel Palau absorbió del estilo impresionista de sus maestros franceses Ravel y Koechlin, permitiendo de este modo a los solistas unas necesarias dosis de libertad interpretativa. 

Y de la lírica popular regionalista de Manuel Palau, a la popularidad internacional de la ópera Carmen. Bizet quiso plasmar en esta obra su visión pintoresca y exótica de una España que nunca visitó y que adquirió a través de otras fuentes musicales, literarias y de la danza. Los músicos de Aviación presentaron una suite elaborada a partir de las dos que compiló Ernest Guiraud, el mismo que sustituyó los pasajes hablados del original por recitativos en una nueva versión de la ópera, después del fallecimiento del autor parisino. 

El entusiasmo del público con sus aplausos impidió que la selección se interpretara sin interrupción, incluso entre las dos secciones del preludio del acto I con el que la banda inició la suite. La profesora María del Rocío Abenojar (oboe) hizo gala de su buen momento interpretativo y su excelente musicalidad en la «Aragonesa» del interludio de acto IV en el que ya se anuncia el trágico desenlace de Carmen. El conjunto respondió bien al carácter militar de la marcha con la que un coro de niños participa en el cambio de guardia del acto I «Avec la garde montante», sobre todo en el diálogo entre trompetas y flautines.

La banda acompañó con notable delicadeza a Ana González (flauta) quien sacó un óptimo partido al interludio del acto III, con unas frases bien articuladas y perfectamente entrelazadas en los diálogos con el clarinete. Francisco Veses (fagot) y José Antonio Verdú (clarinete), con su estilo afable y gracioso, fueron muy convincentes en el preludio del acto II que se sitúa «En la taberna de Lilas Pastia». Ramón Benito dirigió aquí, con maestría milimétrica, los delicadísimos pizzicatos del conjunto. 

El aria del acto II para bajo-barítono «Votre toast, je peux vous le rendre», también conocida como «canción del toreador», fue dicha con energía y bravura por Andreu Morell (bombardino). En ella, el torero Escamillo describe algunas situaciones durante la corrida como la euforia de la multitud y la fama convertida en amor que viene después del éxito. Andreu Morell con su bombardino, nos mostró su dominio del aria con un sonido rotundo y vigoroso. 

La agrupación exhibió su estilo más sutil y delicado, con unas articulaciones muy cristalinas y bien unificadas, en la habanera del acto I «L’amour est un oiseau rebelle» con la que Carmen aparece por primera vez en escena. Es un canto en el que se compara el amor con un indócil y caprichoso pájaro. Noor Avellaneda y Antonio Martínez (saxos altos) se alternaron en la parte solista, rematando el número con las dosis justas de seducción y provocación que requiere esta habanera. 

El último número de la suite fue la Chanson Bohème con la que se inicia el acto II en la taberna de Lilas Pastias. Con esta canción se acompaña el baile de unas gitanas y está caracterizada por un acelerando/crescendo que culmina con un espectacular jaleo final. Para ello, las tres secciones con estribillo con las que se estructura están expuestas a una aceleración progresiva (andantino, tempo animato y presto) y a un aumento de la orquestación también gradual. Ramón Benito optó por imprimir un tempo tan vivo al andantino que apenas se apreció la diferencia con la segunda sección en tempo animato, con lo que restó fuerza al clímax que se alcanza en el orgiástico jaleo final del presto

Es de agradecer que Ramón Benito eligiera esta suite de la ópera Carmen que presenta tanta dificultad en cuanto a la gran variedad de registros dramáticos que abarca y las exigencias que requiere de los profesores solistas, justo a finales de temporada cuando sus obligaciones castrenses absorben casi toda la jornada laboral, incluso dejándoles prácticamente sin tiempo para la preparación de los conciertos. 

El Abanico es una marcha militar de revista que el ilicitano Alfredo Javaloyes compuso en 1910 siendo el director de una de las bandas militares en Cartagena. Ramón Benito la presentó al iniciar la segunda parte como «una marcha para las revistas de los generales y demás autoridades». Sin embargo, los músicos de Aviación optaron por otorgarle el estilo pomposo y reposado del pasodoble de concierto, con amplias arcadas en las frases y una articulación sedosa y alejada del ligero estilo militar conciso y recortado con la que es interpretada por la Band of the Grenadier Guards, entre otras. 

El concierto avanzó con más música popular, nuestro género lírico zarzuelístico.  Intermedios y preludios como el de La pícara moliera y El Bateo. La primera es una zarzuela regionalista tan de moda durante la década de 1920, en cuya partitura, Pablo Luna recoge una buena absorción de la música asturiana. La agrupación supo manejar la hermosura y el lirismo de las características melodías del maestro aragonés y exhibió una excelente paleta de matices, pasando de delicadísimos pianísimos a potentes tuttis notablemente equilibrados por Ramón Benito. 

Chueca compuso la partitura del sainete madrileño El Bateo a finales de 1901. Para caracterizar el ambiente más popular de las calles de Madrid tomó como referencia la suite de danzas. Así compuso Chueca su preludio, utilizando materiales de los diversos números del sainete como el zapateado de las coplas de Wamba, el vals del dúo de Virginio y Visita, la habanera del mismo dúo, así como el pasodoble de los organilleros. El preludio fue interpretado por los músicos de Aviación con gran chispa y gracia, siendo uno de los momentos más interesantes del concierto desde el punto de vista interpretativo.

Meredith Willson compuso en 1957 el musical The Music Man, llevado al cine en 1962, en el que el protagonista, Harold Hill, prepara un nuevo fraude al hacerse pasar por director de banda con el fin de vender instrumentos y uniformes a los cándidos habitantes de River City en Iowa (USA). Uno de los números más populares es la canción «Seventy-Six Trombones» en la que Hill promete formar una nueva banda juvenil. Para ello, les describe una gran banda de desfile encabezada por 76 trombones, seguidos por 110 cornetas y otros numerosos instrumentos. La banda de Aviación supo imprimir a la pieza la fastuosidad y el brillo que requiere esta música de espectáculo, incluso guardando la proporción sonora entre trombones y cornetas que Hill describió en el musical, aunque en este caso fueron 4 trombones y 8 trompetas. 

El concierto finalizó con dos piezas que forman parte del canon de las bandas militares españolas: ¿El sitio?… preguntó Ramón Benito, ¡de Zaragoza!… respondió el público; y la segunda y última, el pasodoble «La Banderita» de la zarzuela Las Corsarias.  Dos momentos clave en El sitio de Zaragoza en los que la banda demostró su calidad. Los pizzicatos iniciales fueron ejecutados con una precisión milimétrica, acordes compactos y una más que correcta graduación del crescendo y de la tensión dentro de un asombroso pianísimo. Y el segundo fue la marcha militar, con unas frases dichas con estilo y garbo, buen equilibrio con los contrapuntos y una paleta de matices con unos fuertes muy contundentes y mesurados. 

Todo esto fue rematado por Pablo Poza (trompeta) con un solo en el que lució su brillante sonido y buen control de los agudos. 

En definitiva, un concierto «lúdico, familiar y militar» como lo calificó Ramón Benito al comenzar y que el público quedó más que satisfecho por el entusiasmo con el que recibió la suite de Carmen y el afán con el que acompañó a los músicos de Aviación de Getafe en «La Banderita». Aunque Julita, la niña que acompañaba a sus abuelos y que estaba sentada delante de mí, no estuvo de acuerdo con lo de «familiar», ya que se impacientó al final de la primera parte y tuvieron que irse. 

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