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Debuta en Musika-Música para reivindicar su «potencialidad» y atraer a nuevos públicos
LAS FRASES Rafael Pascual-Vilaplana, director «Mi padre nos enseñó solfeo como si nos leyera un cuento. Cantábamos antes de comer»
Emilio Prieto, el más veterano «El quiosco es especial. Hemos tocado con los grises y pelotas volando… la gente nos tiene cariño»
El director, José Rafael Pascual-Vilaplana, reivindica el potencial de la agrupación, que se estrena en el Musika-Música «Con estos músicos, además de un concierto popular se puede hacer arte», dice su director, José Rafael Pascual-Vilaplana.
«Corte seco, nada romántico». Son las diez de la mañana y José Rafael Pascual-Vilaplana, director artístico de la Banda Municipal de Bilbao, acaba de coger la batuta. La estampa del auditorio donde ensayan, ante una escena pastoril, solo es apacible en apariencia. Amplios lucernarios, mucha madera y 43 músicos concentrados en la partitura de ‘Trittico’, una de las obras que interpretarán este fin de semana en MusikaMúsica. El director tiene muy claro por qué la ha elegido y cómo quiere que suene en el Euskalduna. «Tienen que cortar exactos. No dulcifiquen lo que no es dulce».
Los primeros compases transmiten energía. Incluso las instituciones con más solera –esta tiene 122 años de historia– rejuvenecen con cada estreno, y este suena especial. Por primera vez, la banda municipal formará parte de ese coro de grandes orquestas que es Musika-Música, el altavoz más potente de la ciudad para el repertorio clásico. Suyo será el auditorio el sábado y el domingo (11.00 horas). Una oportunidad de oro que el director quiere aprovechar para «reivindicar su potencialidad» más allá de la tradición y acercarse a nuevos públicos. «Con una banda, además de un concierto popular, se puede hacer arte».
Lo dice alguien que cierra su agenda de conciertos con más de un año de antelación. Es director principal de la Orquesta Sinfónica UCAM de Murcia y como invitado tiene muchos compromisos. Acaba de llegar de Colombia y le esperan Trento, Montevideo, Luxemburgo… Aceptó ponerse al frente de la banda a condición de que no fuera «un contrato funcionarial», sino que le permitiera viajar. «En un mes dirijo a cuatro formaciones distintas y eso no es nada extraño. Para la banda también es importante que pasen por aquí otros directores». Hace poco vino Philip Sparke, de prestigio mundial. Por primera vez dirigía una banda profesional española «y hubo gente que se desplazó desde Andalucía, Valencia y Galicia para verlo».
El diagnóstico de Pascual-Vilaplana al tomar las riendas de la banda en 2015 fue claro. «Ustedes tienen un ‘Mercedes’ y lo están usando para ir a comprar el pan», les dijo a los responsables municipales. La de Bilbao está «entre las 5 o 6 mejores de España» y es, junto a la de Barcelona, la única con programación estable todo el año. Más de 50.000 personas asistieron a sus conciertos en 2016. Se sienten queridos por la ciudad, aunque se la considere hermana menor de la orquesta. En realidad, «los músicos tienen la misma calificación profesional que los de la BOS, aquí hay algunos que han tocado en la BOS y viceversa». La diferencia es que en la banda sólo hay instrumentos de viento y percusión.
Este es su lenguaje, el que quieren cultivar. A lo largo de su historia, las bandas han interpretado adaptaciones de las obras compuestas para orquesta, «y eso cumplía una función social». El propio Mozart «arregló algunas de sus óperas para estos grupos de Harmony Music, lo que aumentó su popularidad. La gente de los pueblos conocía a Wagner y a Rossini por las bandas, pero hoy en día esa función no tiene sentido». Es hora de defender su propio repertorio y hay «mucha literatura por descubrir», obras de autores consagrados que también escribieron para bandas. Esta singularidad es la que mostrarán en el Euskalduna y en el quiosco de El Arenal, para el que ya están preparando «una marcha turca de Rossini» y otras de Prokofiev y de Samuel Barber.
Los años difíciles
Sin dejar de lado los pasodobles y el cancionero popular, la banda quiere más. Quiere sorprender. Avisados quedan los fieles a su cita más genuina. Desde el quiosco de El Arenal, los músicos ven «caras ya muy conocidas, incluso algunos que siempre están en el mismo sitio porque pillan el asiento una hora antes». Lo cuenta el más veterano, Emilio Prieto Fernández, que se incorporó en 1973 y ha vivido «de todo». Los «años difíciles, cuando en El Arenal había mucha manifestación y estaban los grises, las pelotas volando…», granizadas bíblicas y «tiranteces con el Ayuntamiento». El segundo trombón se jubila este año y ya empieza a sentir nostalgia «de los compañeros». Quizá también de las paellas que preparan en los txokos, porque en eso sí se cumple el tópico. El 40% de los músicos son de la comunidad valenciana, donde la tradición es ley y las bandas actúan hasta en los descansos de los partidos en Mestalla.
El director precisa que él es alicantino, «de Muro». Su padre era director de una banda «y nos enseñó solfeo como si nos leyera un cuento. Siempre cantábamos una canción antes de comer, yo creía que lo hacía todo el mundo», recuerda. Marcos Ripoll se empapó del ambiente musical que se respiraba en Cullera y tras completar su formación empezó a presentarse a oposiciones. Toca la tuba, que pesa once kilos. «Se necesita cierta envergadura, y yo de pequeño ya era grande», se ríe. La relación entre un músico y su instrumento, una de las más importantes de su vida, suele empezar de forma casual. «No sabía qué elegir, y las tubas siempre hacen falta en las bandas». Quizá porque con ella «la definición es complicada. No es lo mismo hacer ballet con una bailarina que con un elefante».
A Emilio Prieto Fernández, que con seis años vino a Bizkaia desde Zamora, le adjudicaron el trombón en la banda de Mungia, «entonces era uno de pistones». Sus padres le compraron uno de varas y con él se quedó. Nerea Uzkiaga, una de las nueve mujeres de la formación, tuvo desde pequeña un saxofón, «al principio de chapa y con turutas». Su padre tocaba la trompeta en una fanfarria de Galdakao y ella se divertía tanto que se lo tomó en serio.
Los tres empezaron a tocar entre los nueve y los doce años. Vocaciones tempranas, aunque en la balanza pesa más «la disciplina. Hay grandes músicos que tienen muchas facultades, pero, si no eres constante, se pierden». La carrera es «dura» y el entrenamiento no acaba nunca. «Mi marido es ingeniero y cuando está de vacaciones desconecta, nosotros no». Como los deportistas, tienen que cuidar el tono muscular, «la parte física es muy importante» para tocar con arte. «No te puedes olvidar de tu instrumento. Cuando llevas dos o tres días sin él, te falta algo». Se acaba el descanso y en la sede de Bilbao Musika en Solokoetxe, un imponente edificio de Enrique Epalza que fue cárcel de mujeres, vuelven a sonar notas de viento y percusión a través de las ventanas con barrotes.