La polémica que ha desatado el concierto de Rafael – con 5000 asistentes, un 30% de su aforo total – genera una nueva pregunta: ¿a qué tenemos miedo? ¿A la falta de medidas de seguridad o, como parece confirmar este espectáculo, a las grandes multitudes, sea cual sea su contexto?
La cultura lleva meses luchando por demostrar que sus espacios son seguros. Artistas de toda índole se han sumado a las diversas iniciativas que promovían una visión justa sobre el mundo del espectáculo. Y el público los apoyaba. Ahora, cuando parece que las medidas se concretan, que los aforos se respetan y el aire se renueva cada diez minutos, salta de nuevo la alarma social.
Las propuestas teóricas y las respuestas a la práctica parecen tomar caminos diferentes. Mientras la ciencia afirma la seguridad de un local ventilado, la sociedad sigue relacionando multitud con contagio. Cultura, sí, pero sin espectadores; cultura, sí, pero solo en el hashtag #AlertaRoja.
Y es que hay un sentimiento más fuerte que la empatía, la solidaridad o el deseo de retornar a los escenarios. Un sentimiento que lleva diez meses rigiendo nuestras vidas y al que es muy difícil derrotar. Al fin y al cabo, ¿cómo se lucha contra el miedo?
